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13 jul 2018

Nuevo maestro para nuevas enseñanzas 📝

Luego de dos intensos años en la guía de la clase preparatoria aconteció el grande salto: la promoción a profesor de filosofía (1898), nombramiento que le generó no poco agrado. La joven edad de Francisco, apenas con 24 dejó a uno que otro perplejo. El obispo, monseñor Re, en cambio estaba convencido de su elección y el pasar del tiempo le dio razón: el padre Chiesa (Quiesa) transmitió una corriente de aire fresco en los métodos y en las formas de enseñar.

Él era el filósofo que iba a la cátedra no para enseñar formulillas tal vez extenuantes u obsoletas, sino para buscar proponer una síntesis de pensamiento abierta a la reflexión y al juicio de sus alumnos.

Al inicio del año escolástico entre 1909 y 1910 el obispo también le asignó la enseñanza de la teología dogmática. Se estaba afirmando así un nuevo proceder: se necesitaba modificar y “reverdecer” los cursos, según las nuevas directivas pontificias, agregar nuevas enseñanzas y materias. El joven Chiesa era el hombre justo en el momento justo; versátil e imparcial, hábil en adaptarse a las diversas disciplinas y a centrarse en los puntos fundamentales. Llegó a ser, con su obra de renovación, un punto de referencia para renombradas universidades eclesiásticas.


Sus alumnos

Un valor reconocido por unanimidad entre todos sus alumnos fue la claridad. Su principal objetivo era aquel de hacer que todos sus aprendices, incluso los menos dedicados al estudio y los infaltables indiferentes, comprendieran los conceptos fundamentales de su enseñanza. Para hacerlo hacía las explicaciones lo más claras y concisas posibles, utilizando con frecuencia comparaciones y metáforas. Dichas imágenes y comparaciones podían provenir de diversas áreas: ciencias naturales, matemáticas, geometría, astronomía, arte y con frecuencia de la Divina Comedia, obra que, como ya se ha descrito anteriormente, era favorita para él. Así sus lecciones eran ricas, vivaces y más fáciles de comprender y memorizar.

“En su escuela se proyectaba con frecuencia una humildad contemplativa, la voz de un hombre que dice aquello que sabe, pero deja entender que la realidad es inmensamente superior a aquello que él puede decir. Y a propósito de este carácter contemplativo de sus lecciones, algunos de sus educandos usaban a veces los apuntes de la escuela para prepararse a la comunión del día siguiente”.

Además de sus enseñanzas, llegó a causar impresión en los clérigos su enorme bagaje cultural, siempre listo a enriquecerse con las lecturas de actualidad y de profundización, incluso de revistas y periódicos “descartados” por el clero más riguroso. En el trato respetuoso con sus alumnos, era capaz de serenar con una sencilla palabra los ánimos juveniles de aquellos escandalizados con el modernismo que con mucho vigor estaba en auge. Aun si debía corregir a cualquiera por algún error, lo hacía sin humillar delante de la clase, con el amor de un hermano mayor que sabe cómo evitar ciertos errores.

A veces fue para él difícil frenar el gozo que le producían algunos que se empeñaban estudiando y que se demostraban deseosos de saber, pero se imponía siempre con total imparcialidad.

Y siendo como ya se mencionó en un artículo precedente, el encargado o prefecto de la disciplina, cuando encontraba cualquier abuso o infracción evaluaba atentamente la situación: sólo en un segundo momento, después de una requerida reflexión, aplicaba los procedimientos necesarios.

Bibliografía

-Chiesa, F. (2006). Francesco Chiesa: Un uomo, un prete. Alba: San Pablo.

-Fornasari, E. (1993). “Ho dato tutto”: il venerabile don Francesco Chiesa. Milano: San Pablo.

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