No obstante su apagada voz y profunda humildad, el
canónico Chiesa fue un apreciado predicador. Un orador eficaz a pesar de su
singularidad: «Ninguna palabra, ningún gesto, ningún comportamiento que pudiera
indicar, aunque lejanamente, la voluntad de parecer original, de impresionar o
de atraer la atención sobre su persona. Fuera sentado o en pie, su postura se
caracterizaba por una cierta rigidez; los gestos eran casi nulos; su voz
presentaba pocas variaciones… Y como cualquier persona humilde, aceptaba con
enseguida cuando podía las invitaciones a predicar, pero no iba a ofrecer su
mercancía como vendedor ambulante» (Rolfo, L. Íbid. p. 188). Aquello que a él interesaba era legar a sus oyentes de
la manera más directa posible, sin grandes giros de palabras o interminables comparaciones;
propio como elaboraba sus artículos.
Así predicaba los domingos delante a sus parroquianos
y también, cuando el obispo y el clero lo invitaban a hablar en calidad de
grande humanista. En poco tiempo llegaba a resaltar sus palabras usando
aquellos ejemplos y sutiles metáforas, queridas por él, y que su vasto
conocimiento le permitía formular.
Comenzó sus lecciones de sagrada elocuencia en el Seminario de Alba dirigiendo a sus
alumnos esta particular advertencia: «No
puedo decirles: prediquen como lo hago. Soy todo menos que un orador. No sé
hablar. Pero, todos juntos, ustedes y yo, vemos al Divino Maestro predicador y
lo imitamos».
Bibliografía
-Chiesa,
F. (2006). Francesco Chiesa: Un uomo, un
prete. Alba: San Pablo.
-Rolfo, L. (1978). “Il buon
soldato di Cristo”. Servo di Dio, Canonico Francesco Chiesa. Alba:
Ediciones Paulinas.
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