Luego de dos intensos años en la guía de la clase preparatoria
aconteció el grande salto: la promoción a profesor de filosofía (1898),
nombramiento que le generó no poco agrado. La joven edad de Francisco, apenas
con 24 dejó a uno que otro perplejo. El obispo, monseñor Re, en cambio estaba
convencido de su elección y el pasar del tiempo le dio razón: el padre Chiesa
(Quiesa) transmitió una corriente de aire fresco en los métodos y en las formas
de enseñar.
Él era el filósofo que iba a la cátedra no para
enseñar formulillas tal vez extenuantes u obsoletas, sino para buscar proponer
una síntesis de pensamiento abierta a la reflexión y al juicio de sus alumnos.
Al inicio del año escolástico entre 1909 y 1910 el
obispo también le asignó la enseñanza de la teología dogmática. Se estaba
afirmando así un nuevo proceder: se necesitaba modificar y “reverdecer” los
cursos, según las nuevas directivas pontificias, agregar nuevas enseñanzas y
materias. El joven Chiesa era el hombre justo en el momento justo; versátil e
imparcial, hábil en adaptarse a las diversas disciplinas y a centrarse en los
puntos fundamentales. Llegó a ser, con su obra de renovación, un punto de
referencia para renombradas universidades eclesiásticas.
Sus alumnos
Un valor reconocido por unanimidad entre todos sus
alumnos fue la claridad. Su principal objetivo era aquel de hacer que todos sus
aprendices, incluso los menos dedicados al estudio y los infaltables
indiferentes, comprendieran los conceptos fundamentales de su enseñanza. Para
hacerlo hacía las explicaciones lo más claras y concisas posibles, utilizando
con frecuencia comparaciones y metáforas. Dichas imágenes y comparaciones
podían provenir de diversas áreas: ciencias naturales, matemáticas, geometría,
astronomía, arte y con frecuencia de la Divina Comedia, obra que, como ya se ha
descrito anteriormente, era favorita para él. Así sus lecciones eran ricas,
vivaces y más fáciles de comprender y memorizar.
“En su escuela se proyectaba con frecuencia una
humildad contemplativa, la voz de un hombre que dice aquello que sabe, pero
deja entender que la realidad es inmensamente superior a aquello que él puede
decir. Y a propósito de este carácter contemplativo de sus lecciones, algunos
de sus educandos usaban a veces los apuntes de la escuela para prepararse a la
comunión del día siguiente”.
Además de sus enseñanzas, llegó a causar impresión en
los clérigos su enorme bagaje cultural, siempre listo a enriquecerse con las
lecturas de actualidad y de profundización, incluso de revistas y periódicos
“descartados” por el clero más riguroso. En el trato respetuoso con sus
alumnos, era capaz de serenar con una sencilla palabra los ánimos juveniles de
aquellos escandalizados con el modernismo que con mucho vigor estaba en auge.
Aun si debía corregir a cualquiera por algún error, lo hacía sin humillar
delante de la clase, con el amor de un hermano mayor que sabe cómo evitar
ciertos errores.
A veces fue para él difícil frenar el gozo que le
producían algunos que se empeñaban estudiando y que se demostraban deseosos de
saber, pero se imponía siempre con total imparcialidad.
Bibliografía
-Chiesa,
F. (2006). Francesco Chiesa: Un uomo, un
prete. Alba: San Pablo.
-Fornasari,
E. (1993). “Ho dato tutto”: il venerabile
don Francesco Chiesa. Milano: San Pablo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por su comentario. ¡Éxitos y bendiciones!